sábado, 16 de mayo de 2009

Quemad las naves

En el año 335 antes de Cristo al llegar a la costa de Fenicia, Alejandro Magno debió enfrentar un de sus más grandes batallas.
Al desembarcar comprendió que los soldados enemigos superaban en cantidad, tres veces mayor a su gran ejército. Sus hombres estaban atemorizados y no encontraban motivación para enfrentar la lucha. Habían perdido la fe y se daban por derrotados. El temor había acabado con aquellos guerreros invencibles.
Cuando Alejandro Magno hubo desembarcado a todos sus hombres en la costa enemiga, dio la orden de que fueran quemadas todas sus naves.
Mientras los barcos se consumían en llamas y se hundían en el mar, reunió a sus hombres y les dijo… “Observen como se queman los barcos, esa es la única razón por la que debemos vencer, ya que sino ganamos no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse a su familia nuevamente y podrá abandonar este tierra que hoy despreciamos. Debemos salir victoriosos en esta batalla ya que hay solo un camino de vuelta y es por mar.Caballeros cuando regresemos a casa lo haremos de la única forma posible, en los barcos de nuestros enemigos”.
El ejército de Alejandro Magno venció en aquella batalla, regresando a su tierra a bordo de los barcos conquistados al enemigo .
Cuantas veces la falta de fe, el temor y la inseguridad, el estar atado a lo seguro nos priva de conseguir nuevos éxitos, nos hace renunciar a los cambios, nos hace renunciar a los sueños, nos hace negar los anhelos y las metas, están grabadas en lo más profundo de nuestros corazones.
Cuantas veces la seguridad de poseer algo nos hace renunciar a la posibilidad de conseguir mucho más.
Cuantas veces lo que tenemos fácilmente a nuestro alcance nos impide crecer, haciendo que la seguridad se convierta en mediocridad, en fracaso y monotonía.
Debemos saber que perseverando todo puede lograrse, que el amor y la fe nos dan la fuerza necesaria para ahorrar milagros en nuestras vidas, si así lo deseamos.
Que las personas perseverantes inician su éxito donde otras acaban por fracasar, que ningún camino es demasiado para un hombre que avanza decidido y sin prisas, teniendo claro sus objetivos.
Los mejores hombres no son aquellos que han esperado las oportunidades, sino quienes las han buscado y las han aprovechado a tiempo. Quienes han asediado a la oportunidad, quienes la han conquistado.
La conquista puede ser un amor, conocimiento, trabajo, riquezas, materiales o espirituales, todo está a tu alcance. Tú puedes plantearte las metas y los objetivos que deseas. Las condiciones para lograr éxitos no son siempre fáciles, no hay otro método que trabajar duro, ser tenaz, soportar, tener fe, luchar, creer siempre, no rendirse y ….jamás volver la espalda.

lunes, 27 de octubre de 2008

Cuando todo se ha perdido

Hace unos días empecé la lectura del libro "El hombre en busca de sentido", obra del psiquiatra austríaco Viktor Frankl en la cual narra una crónica sobre la vida en un campo de concentración nazi en el cual estuvo prisionero junto a otros judios durante la Segunda Guerra Mundial. Además de contar los horrores y atrocidades que allí se vivían, Frankl realiza en dicha obra un ensayo sobre la psicología del prisionero del cual extraigo, en el siguiente pasaje, la profundidad de su conclusión.
Mientras marchábamos a trompicones durante kilómetros, resbalando en el hielo y apoyándonos continuamente el uno en el otro, no dijimos palabra, pero ambos lo sabíamos: cada uno pensaba en su mujer. De vez en cuando yo levantaba la vista al cielo y veía diluirse las estrellas al primer albor rosáceo de la mañana que comenzaba a mostrarse tras una oscura franja de nubes. Pero mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer, a quien vislumbraba con extraña precisión. La oía contestarme, la veía sonriéndome con su mirada franca y cordial. Real o no, su mirada era más luminosa que el sol del amanecer. Un pensamiento me petrificó: por primera vez en mi vida comprendí la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamada en la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre. Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humanos intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad —aunque sea sólo momentáneamente— si contempla al ser querido. Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente —con dignidad— ese hombre puede, en fin, realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido. Por primera vez en mi vida podía comprender el significado de las palabras: "Los ángeles se pierden en la contemplación perpetua de la gloria infinita."
Delante de mí tropezó y se desplomó un hombre, cayendo sobre él los que le seguían. El guarda se precipitó hacia ellos y a todos alcanzó con su látigo. Este hecho distrajo mi mente de sus pensamientos unos pocos minutos, pero pronto mi alma encontró de nuevo el camino para regresar a su otro mundo y, olvidándome de la existencia del prisionero, continué la conversación con mi amada: yo le hacía preguntas y ella contestaba; a su vez ella me interrogaba y yo respondía.
"¡Alto!" Habíamos llegado a nuestro lugar de trabajo. Todos nos abalanzamos dentro de la oscura caseta con la esperanza de obtener una herramienta medio decente. Cada prisionero tomaba una pala o un zapapico.
"¿Es que no podéis daros prisa, cerdos?" Al cabo de unos minutos reanudamos el trabajo en la zanja, donde lo dejamos el día anterior. La tierra helada se resquebrajaba bajo la punta del pico, despidiendo chispas. Los hombres permanecían silenciosos, con el cerebro entumecido. Mi mente se aferraba aún a la imagen de mi mujer. Un pensamiento me asaltó: ni siquiera sabía si ella vivía aún. Sólo sabía una cosa, algo que para entonces ya había aprendido bien: que el amor trasciende la persona física del ser amado y encuentra su significado más profundo en su propio espíritu, en su yo íntimo. Que esté o no presente, y aun siquiera que continúe viviendo deja de algún modo de ser importante. No sabía si mi mujer estaba viva, ni tenía medio de averiguarlo (durante todo el tiempo de reclusión no hubo contacto postal alguno con el exterior), pero para entonces ya había dejado de importarme, no necesitaba saberlo, nada podía alterar la fuerza de mi amor, de mis pensamientos o de la imagen de mi amada. Si entonces hubiera sabido que mi mujer estaba muerta, creo que hubiera seguido entregándome —insensible a tal hecho— a la contemplación de su imagen y que mi conversación mental con ella hubiera sido igualmente real y gratificante: "Ponme como sello sobre tu corazón... pues fuerte es el amor como la muerte".(Cantar de los Cantares, 8,6.)
La version completa del libro "El hombre en busca de sentido" está disponible en el siguiente enlace:
http://biblioteca.duoc.cl/bdigital/Libros_electronicos/360/hombre_busca_sentido.pdf





lunes, 20 de octubre de 2008

Y si amanece por fin

No duermen los recuerdos; esta noche vuelven al ruedo y desafiando al tiempo mezquino que todo se lleva para dejarnos cenizas, logran arrebatarle por derecho propio una estadía en mi almohada sin otra alternativa para mí que dejarlos correr. Y ahí cuando aparecen, con miradas conocidas en puertas ya cerradas, duele aceptar la huída de lo que creiamos eterno y que ha decidido seguir viaje. Pero hombre! ¿Tu que creias? Si la vida te despierta no será para traerte el desayuno a la cama! Las flores se han muerto, eso no lo puedes evitar ni pedirle al tiempo que vuelva; tampoco podrás enterrarlas porque alguna vez estuvieron en tu jardín, pero afortunadamente puedes plantar otras! Paradojicamente detrás los infortunios y sinsabores no hay abismo o al menos, después de algunas noches y no unas pocas lágrimas, se extiende un puente hacia un valle; es la oportunidad de gritar "quiero seguir caminando". Es oscuro e incierto el viaje? Seguramente, ni el esfuerzo más sobrehumano que la imaginación pudiese hacer podría presentarnos ante la conciencia lo que está por venir. Gran suerte la nuestra! Ahora si tiene sentido apagar la luz: no es otro que tener el placer de transitar esa calle de oportunidad que es un día. En las horas podrán instalarse los inquilinos más odiados que viven en el cuarto de al lado haciendo ruido y gratuitamente: la tristeza que dejó un adiós y el miedo a que la soledad sea más que una amante de temporada; pero afortunadamente los segundos siempre se apropian, aunque más no sea con cuentagotas, de la esencia que al paladar hace la diferencia: la sorpresa de conocerte y la alegría de que te vayas para poderte volver a encontrar. Y si amanece por fin!

miércoles, 26 de marzo de 2008

El principio del fin

El gobierno de Eduardo Duhalde al tomar las riendas del país, después del trágico final de la aventura de La Alianza allá por el 2001, decidió ensayar, a los efectos de reactivar la alicaída economía argentina, una medida económica que tuviese impacto en el corto plazo: liberar el tipo de cambio y, por elevación, favorecer la actividad agropecuaria al crear un escenario más competitivo.
El llamado "boom del la soja" - alentado en buena medida por una coyuntura internacional favorable- prontamente significó una reactivación de la industria agrícola, un aumento en la riqueza de los sectores asociados al campo a niveles superlativos, una elevación significativa del consumo sobre el cual recayó el extraordinario poder adquisitivo de los "hombres de campo" y un incremento cuantioso de los ingresos públicos. En efecto, el gobierno pasaría a engrosar su recaudación fiscal aplicando altos porcentajes en concepto de tributos al comercio exterior de la producción agrícola - las tan odiadas retensiones-, a tal punto, que en lo sucesivo serían practicamente el sostén de los ingresos del Estado.
Lo que se perfilaba como una medida de reactivación de la producción se traduciría en el gobierno de Nestor Kirchner en una política económica en la cual la producción del campo constituiría el motor del crecimiento argentino que daría pié al resurgimiento de algunas industrias relacionadas al agro y representaría el origen primordial de los ingresos públicos, toda vez que sin la retensiones hubiera sido imposible el pago de la deuda pública externa.
Hacia fines del gobierno de Nestor Kirchner resultaba evidente que Argentina era un país en vías de crecimiento, pero aún estaba lejos del desarrollo. El plan económico de un país con proyecciones de crecimiento al largo plazo no podría depender exclusivamente de la actividad agrícola; sería necesario integrar otros sectores productivos más amplios en la política economica. Por otra parte materializar un crecimiento sostenido - y no cíclico- suponía dar respuesta a los requerimientos de mayores flujos de inversión para la economía; era menester que el gobierno redefiniera tarifas y marcos regulatorios que garantizacen seguridad jurídica a los capitales extranjeros y que crearan una imagen de confianza en los inversores sobre la seriedad que nuestro país habia perdido.
Pero nada de esto estaría presente en la agenda política de la Sra. Presidente Cristina Fernandez de Kirchner. El plan sería continuar ahondando en la salida fácil, que no obliga a pensar, y que sólo exige presionar fiscalmente más y más sobre el baluarte de la economía nacional. Pero la "ausente" Cristina, quien esgrime un perfil mucho menos presidencialista que su Nestor querido, se olvido que ahorcando y ahorcando a su gallina de los huevos de oro, pronto acabaría por matarla. El campo dijo, al fin, basta.
El discurso presidencial del 25 de marzo, cargado de resentimiento en expresiones que calificaban la protesta del agro como "los piquetes de la abundancia" y marcado por un tono confrontativo que tildaba de "extorsiones" a los reclamos del campo, sin duda dejo entrever que la Sra. Fernandez de Kirchner no es inteligente, no sabe nada de política o al menos no aprendió mucho de la experiencia trágica de De La Rúa. En política cualquier dirigente que gobierna y pretende seguir haciendolo jamás debe enfrentarse abiertamente con un sector trascendental en el rumbo político y económico de un país como lo es, en nuestro caso, el campo; hacerlo equivale a encontrar en el corto o largo plazo una muerte política segura. Si la Presidente hubiera sido hábil habría dado marcha atras en la aplicación de las retensiones "confiscatorias" cuidando de no llegar a enfrentamiento abierto con el sector agropecuario; su ataque verbal grosero al campo lo único que consiguió fue transformar una lucha sectorizada (gobierno vs. campo) en una guerra entre el oficialismo y gran parte de la sociedad, que amenaza actualmente con socavar la autoridad presidencial, su base de poder y el consenso que el kirchnerismo supo conseguir en las últimas elecciones. Definitivamente, la presidente es políticamente inepta; en cierta manera me hace pensar en el De La Rúa "autista" de los últimos días de su gobierno que vivía aislado de la realidad y carecía de "cintura pólitica".
Quienes se manifestarían en distintos puntos del país creo que lo hicieron en reacción al tono soberbio del discurso y en definitiva en respuesta espontánea al propósito de la presidente de acallar las voces del campo por el mero imperio de la autoridad y no por la vía del diálogo en una mesa de negociación. Y entonces, frente a la expresión democrática y saludable de una parte importante del pueblo el oficialismo kirchnerista respondió con una muestra de autoritarismo soltando sus fuerzas de choque (pagas) que con violencia arremetieron contra quienes se manifestaban pacíficamente contra el gobierno. Patético es la palabra que mejor define la actuación de esa pseudo-izquierda al servicio del Estado, clara muestra de un clientelismo político que los Kirchner hicieron suyo, que con un discurso cargado de resentimiento - "chacareros oligarcas, socios de la dictadura militar"...sin palabras- es la viva contradicción de lo que proclama. ¿Patear y golpear a quienes se oponen al gobierno es coherente con la posición historica de la izquierda argentina que siempre ha reclamado libertad, castigo para los represores, justicia para los trabajadores?. Claro que no. Pero D'Elia y Cía., ni merecen ser calificados como la opción política de izquierda del país, tan sólo son unos miserables mercenarios contratados por el matrimonio Kirchner que vendieron su sueño de la patria socialista al mejor postor. A esta altura nadie duda que esos criminales se abrieron paso por las calles de Buenos Aires pateando y golpeando con el visto bueno del oficialismo. Y eso es fascismo de otras épocas, que ningún pueblo a esta altura de la historia esta dispuesto a tolerar.
En definitiva, la primera mandataria no comprende que los tiempos del autoritarismo en nuestro país ya son parte del pasado, aún cuando ella y su marido levantaron como estandarte la defensa de los derechos humanos -entre los cuales figuran el derecho de expresión- ¿O será que los derechos humanos son sólo para los desaparecidos del período 74-83? Se avista claramente en el horizonte la muerte política del kirchnerismo, porque un gobierno sin consenso en los grupos de poder y que solo sobrevive gracias a las dádivas que entrega tarde o temprano termina pereciendo. Esperemos que lo haga en las urnas.






sábado, 15 de marzo de 2008

Yo no fuí: suicidio colectivo

Un día como cualquiera, el almacenero me para y me dice: loco bajate la película “Memoria del saqueo” del director Fernando “Pino” Solanas, “porque es una película que deberíamos guardar para nuestros nietos”. A propósito, el filme en cuestión relata la historia argentina política/económica/social de finales de los ’90 que desembocaría en la crisis de finales del 2001, recopilando de manera muy prolija y detallada todos los sucesos que coadyuvaron a ese fatídico proceso, muchos de los cuales me di cuenta que había prácticamente olvidado. Este olvido me llevó a pensar una vez más como funciona el esquema de poder en la Argentina.

La verdad es que las explicaciones que arroja Pino Solanas sobre el malestar de los últimos años en nuestro país suenan razonables pero no dejan de ser cuestionables, simplistas y superficiales; me dejan ese sabor de que siempre le echamos la culpa a los mismos – llamativamente, son siempre otros y nunca nosotros mismos-: el poder al servicio de los capitales extranjeros, los bancos en complicidad con el Estado, la corrupción, la justicia al servicio del poder, partidos que traicionan sus ideas históricas, etc. En este esquema el tan mentado “pueblo argentino” – que a esta altura no se que es, ni a que o a quienes incluye- no es más que una víctima de los clásicos protagonistas del mal, que resiste “heroicamente” a los vejámenes de sus lideres traidores.

Que la traición y el cinismo es intrínseca a la política eso no es novedad: la humanidad sucumbe ante la posibilidad de sacar provecho de una mísera cuota de poder, de suerte, que aquellos que gobiernan no tienen compromiso con el bien común. Pero agotar el análisis en el binomio “clase dirigente”, corrupta, espuria, mezquina y traidora versus “sociedad”, inocente, pura y honesta, me parece una muestra más de esa argentinidad que no se hace cargo ni siquiera de ser argentino y que busca la explicación más fácil, la que deja dormir bien solo una noche, que puede dar pie a una película pero que no deja de ser una argumentación irreflexiva que busca eludir lo que más duele, lo que pesa más allá de lo que describen los hechos, lo que diferencia a la infancia de la madurez: la responsabilidad. Despertemos: la clase dirigente es parte de la sociedad.

El hecho es que nuestro país, quien predica descontento frente a su desdicha, no tiene apropiación de su existencia, ni subjetividad, ni responsabilidad. Paradójicamente desde 1983, ya instalada la democracia con aires indiscutibles de estabilidad, parecería que prosperara aún la dictadura de la no reflexión, en donde hacemos caer la culpa de todo lo que nos aqueja en el otro. Y esa es la peor violencia: negar nuestra propia subjetividad afirmando al otro solo para endilgarle culpas que son nuestras; eludir la propia responsabilidad buscando siempre culpables. Conceptos como la “herencia recibida” del que suelen hablar los gobernantes al analizar sus gestiones, los “villeros delincuentes” para encontrar a responsables de la violencia social, los “políticos corruptos” si de digitar a los perversos de la sociedad se trata, o los “organismos financieros internacionales” a la hora de atribuir culpas fuera del país, son una clara muestra de la impersonal y autodestructiva respuesta que los argentinos damos a los avatares que nos presenta cotidianamente nuestro porvenir.

Después de todo, tenemos en mayor o en menor medida la posibilidad de tomar desiciones y si cada cual no se hace cargo de las que toma - no sólo los dirigentes-, estaremos siempre postergando nuestro crecimiento como país, ello sin importar cuan trágico sea el dolor de las experiencias pasadas.

martes, 19 de febrero de 2008

Los argentinos construimos nuestro destino

Todos los argentinos aprendimos sin más, cual enseñanza de un padre a un hijo, que “tenemos derechos”, que hay poderes que velan por ellos, y que incluso podemos, periódicamente, modificar la composición de lo que se llama “gobierno”. Contribuye a fortalecer esta creencia la educación en una cultura democrática, donde palabras como libertad e igualdad de oportunidades se elevan como ideales supremos e incuestionables. Por lo demás, nadie se atrevería hoy en día a cuestionar que somos propietarios por herencia del espíritu democrático y de las conquistas ciudadanas.
Al aceptar estos presupuestos creemos – prima facie- que los mismos tendrán un correlato en la realidad, en la vida cotidiana, fuera de los innumerables textos que recogen la historia de nuestra representación política como Nación. Porque, si tras años de luchas y ríos de tinta, se ha levantado en los más variados escenarios el estandarte del porvenir del pueblo ¿no sería un sinsentido angustioso comprobar que todo ello no ha sido más que una quimera?
En los hechos, sin embargo, emerge el descontento: el pueblo no se siente dueño de lo que la historia declara haber ganado para él. Esto es fácilmente comprobable con solo transitar las calles y escuchar a la gente decir ¿Y donde está la libertad y la igualdad? ¿Y estos gobernantes que elegimos que hacen por nosotros? ¿Ha cambiado algo con este nuevo gobierno? Y este sentimiento generalizado no es un pesimismo arbitrario e infundado: es la vivencia, la más autorizada opinóloga, la que declama la contradicción del discurso y la existencia. Se siente, que las palabras o quienes las han empleado, las han forzado –no ingenuamente- a decir cosas que son inexistentes.
Pero lo triste del cuento no son los resultados sobre la mesa. Ello reside, más bien, en la actitud infantil y recurrente de quien llora, sin hacerse responsable de su propio destino y abraza los más variados mesianismos en pos de una salida sin apuros ni sacrificios hacia la autopista del provecho inmediato. Pues bien, sin cultura de la participación seguiremos perdidos en el círculo pernicioso de la queja despersonalizada.