martes, 19 de febrero de 2008

Los argentinos construimos nuestro destino

Todos los argentinos aprendimos sin más, cual enseñanza de un padre a un hijo, que “tenemos derechos”, que hay poderes que velan por ellos, y que incluso podemos, periódicamente, modificar la composición de lo que se llama “gobierno”. Contribuye a fortalecer esta creencia la educación en una cultura democrática, donde palabras como libertad e igualdad de oportunidades se elevan como ideales supremos e incuestionables. Por lo demás, nadie se atrevería hoy en día a cuestionar que somos propietarios por herencia del espíritu democrático y de las conquistas ciudadanas.
Al aceptar estos presupuestos creemos – prima facie- que los mismos tendrán un correlato en la realidad, en la vida cotidiana, fuera de los innumerables textos que recogen la historia de nuestra representación política como Nación. Porque, si tras años de luchas y ríos de tinta, se ha levantado en los más variados escenarios el estandarte del porvenir del pueblo ¿no sería un sinsentido angustioso comprobar que todo ello no ha sido más que una quimera?
En los hechos, sin embargo, emerge el descontento: el pueblo no se siente dueño de lo que la historia declara haber ganado para él. Esto es fácilmente comprobable con solo transitar las calles y escuchar a la gente decir ¿Y donde está la libertad y la igualdad? ¿Y estos gobernantes que elegimos que hacen por nosotros? ¿Ha cambiado algo con este nuevo gobierno? Y este sentimiento generalizado no es un pesimismo arbitrario e infundado: es la vivencia, la más autorizada opinóloga, la que declama la contradicción del discurso y la existencia. Se siente, que las palabras o quienes las han empleado, las han forzado –no ingenuamente- a decir cosas que son inexistentes.
Pero lo triste del cuento no son los resultados sobre la mesa. Ello reside, más bien, en la actitud infantil y recurrente de quien llora, sin hacerse responsable de su propio destino y abraza los más variados mesianismos en pos de una salida sin apuros ni sacrificios hacia la autopista del provecho inmediato. Pues bien, sin cultura de la participación seguiremos perdidos en el círculo pernicioso de la queja despersonalizada.

1 comentario:

Ally dijo...

Hay mucha gente que participa, mediante asambleas de barrio,por ejemplo. También hay docentes, trabajadores sociales, ONGs, que realmente se preocupan por el destino y el presente, mientras otros se quejan o postean comentarios en un blog.