miércoles, 26 de marzo de 2008

El principio del fin

El gobierno de Eduardo Duhalde al tomar las riendas del país, después del trágico final de la aventura de La Alianza allá por el 2001, decidió ensayar, a los efectos de reactivar la alicaída economía argentina, una medida económica que tuviese impacto en el corto plazo: liberar el tipo de cambio y, por elevación, favorecer la actividad agropecuaria al crear un escenario más competitivo.
El llamado "boom del la soja" - alentado en buena medida por una coyuntura internacional favorable- prontamente significó una reactivación de la industria agrícola, un aumento en la riqueza de los sectores asociados al campo a niveles superlativos, una elevación significativa del consumo sobre el cual recayó el extraordinario poder adquisitivo de los "hombres de campo" y un incremento cuantioso de los ingresos públicos. En efecto, el gobierno pasaría a engrosar su recaudación fiscal aplicando altos porcentajes en concepto de tributos al comercio exterior de la producción agrícola - las tan odiadas retensiones-, a tal punto, que en lo sucesivo serían practicamente el sostén de los ingresos del Estado.
Lo que se perfilaba como una medida de reactivación de la producción se traduciría en el gobierno de Nestor Kirchner en una política económica en la cual la producción del campo constituiría el motor del crecimiento argentino que daría pié al resurgimiento de algunas industrias relacionadas al agro y representaría el origen primordial de los ingresos públicos, toda vez que sin la retensiones hubiera sido imposible el pago de la deuda pública externa.
Hacia fines del gobierno de Nestor Kirchner resultaba evidente que Argentina era un país en vías de crecimiento, pero aún estaba lejos del desarrollo. El plan económico de un país con proyecciones de crecimiento al largo plazo no podría depender exclusivamente de la actividad agrícola; sería necesario integrar otros sectores productivos más amplios en la política economica. Por otra parte materializar un crecimiento sostenido - y no cíclico- suponía dar respuesta a los requerimientos de mayores flujos de inversión para la economía; era menester que el gobierno redefiniera tarifas y marcos regulatorios que garantizacen seguridad jurídica a los capitales extranjeros y que crearan una imagen de confianza en los inversores sobre la seriedad que nuestro país habia perdido.
Pero nada de esto estaría presente en la agenda política de la Sra. Presidente Cristina Fernandez de Kirchner. El plan sería continuar ahondando en la salida fácil, que no obliga a pensar, y que sólo exige presionar fiscalmente más y más sobre el baluarte de la economía nacional. Pero la "ausente" Cristina, quien esgrime un perfil mucho menos presidencialista que su Nestor querido, se olvido que ahorcando y ahorcando a su gallina de los huevos de oro, pronto acabaría por matarla. El campo dijo, al fin, basta.
El discurso presidencial del 25 de marzo, cargado de resentimiento en expresiones que calificaban la protesta del agro como "los piquetes de la abundancia" y marcado por un tono confrontativo que tildaba de "extorsiones" a los reclamos del campo, sin duda dejo entrever que la Sra. Fernandez de Kirchner no es inteligente, no sabe nada de política o al menos no aprendió mucho de la experiencia trágica de De La Rúa. En política cualquier dirigente que gobierna y pretende seguir haciendolo jamás debe enfrentarse abiertamente con un sector trascendental en el rumbo político y económico de un país como lo es, en nuestro caso, el campo; hacerlo equivale a encontrar en el corto o largo plazo una muerte política segura. Si la Presidente hubiera sido hábil habría dado marcha atras en la aplicación de las retensiones "confiscatorias" cuidando de no llegar a enfrentamiento abierto con el sector agropecuario; su ataque verbal grosero al campo lo único que consiguió fue transformar una lucha sectorizada (gobierno vs. campo) en una guerra entre el oficialismo y gran parte de la sociedad, que amenaza actualmente con socavar la autoridad presidencial, su base de poder y el consenso que el kirchnerismo supo conseguir en las últimas elecciones. Definitivamente, la presidente es políticamente inepta; en cierta manera me hace pensar en el De La Rúa "autista" de los últimos días de su gobierno que vivía aislado de la realidad y carecía de "cintura pólitica".
Quienes se manifestarían en distintos puntos del país creo que lo hicieron en reacción al tono soberbio del discurso y en definitiva en respuesta espontánea al propósito de la presidente de acallar las voces del campo por el mero imperio de la autoridad y no por la vía del diálogo en una mesa de negociación. Y entonces, frente a la expresión democrática y saludable de una parte importante del pueblo el oficialismo kirchnerista respondió con una muestra de autoritarismo soltando sus fuerzas de choque (pagas) que con violencia arremetieron contra quienes se manifestaban pacíficamente contra el gobierno. Patético es la palabra que mejor define la actuación de esa pseudo-izquierda al servicio del Estado, clara muestra de un clientelismo político que los Kirchner hicieron suyo, que con un discurso cargado de resentimiento - "chacareros oligarcas, socios de la dictadura militar"...sin palabras- es la viva contradicción de lo que proclama. ¿Patear y golpear a quienes se oponen al gobierno es coherente con la posición historica de la izquierda argentina que siempre ha reclamado libertad, castigo para los represores, justicia para los trabajadores?. Claro que no. Pero D'Elia y Cía., ni merecen ser calificados como la opción política de izquierda del país, tan sólo son unos miserables mercenarios contratados por el matrimonio Kirchner que vendieron su sueño de la patria socialista al mejor postor. A esta altura nadie duda que esos criminales se abrieron paso por las calles de Buenos Aires pateando y golpeando con el visto bueno del oficialismo. Y eso es fascismo de otras épocas, que ningún pueblo a esta altura de la historia esta dispuesto a tolerar.
En definitiva, la primera mandataria no comprende que los tiempos del autoritarismo en nuestro país ya son parte del pasado, aún cuando ella y su marido levantaron como estandarte la defensa de los derechos humanos -entre los cuales figuran el derecho de expresión- ¿O será que los derechos humanos son sólo para los desaparecidos del período 74-83? Se avista claramente en el horizonte la muerte política del kirchnerismo, porque un gobierno sin consenso en los grupos de poder y que solo sobrevive gracias a las dádivas que entrega tarde o temprano termina pereciendo. Esperemos que lo haga en las urnas.






sábado, 15 de marzo de 2008

Yo no fuí: suicidio colectivo

Un día como cualquiera, el almacenero me para y me dice: loco bajate la película “Memoria del saqueo” del director Fernando “Pino” Solanas, “porque es una película que deberíamos guardar para nuestros nietos”. A propósito, el filme en cuestión relata la historia argentina política/económica/social de finales de los ’90 que desembocaría en la crisis de finales del 2001, recopilando de manera muy prolija y detallada todos los sucesos que coadyuvaron a ese fatídico proceso, muchos de los cuales me di cuenta que había prácticamente olvidado. Este olvido me llevó a pensar una vez más como funciona el esquema de poder en la Argentina.

La verdad es que las explicaciones que arroja Pino Solanas sobre el malestar de los últimos años en nuestro país suenan razonables pero no dejan de ser cuestionables, simplistas y superficiales; me dejan ese sabor de que siempre le echamos la culpa a los mismos – llamativamente, son siempre otros y nunca nosotros mismos-: el poder al servicio de los capitales extranjeros, los bancos en complicidad con el Estado, la corrupción, la justicia al servicio del poder, partidos que traicionan sus ideas históricas, etc. En este esquema el tan mentado “pueblo argentino” – que a esta altura no se que es, ni a que o a quienes incluye- no es más que una víctima de los clásicos protagonistas del mal, que resiste “heroicamente” a los vejámenes de sus lideres traidores.

Que la traición y el cinismo es intrínseca a la política eso no es novedad: la humanidad sucumbe ante la posibilidad de sacar provecho de una mísera cuota de poder, de suerte, que aquellos que gobiernan no tienen compromiso con el bien común. Pero agotar el análisis en el binomio “clase dirigente”, corrupta, espuria, mezquina y traidora versus “sociedad”, inocente, pura y honesta, me parece una muestra más de esa argentinidad que no se hace cargo ni siquiera de ser argentino y que busca la explicación más fácil, la que deja dormir bien solo una noche, que puede dar pie a una película pero que no deja de ser una argumentación irreflexiva que busca eludir lo que más duele, lo que pesa más allá de lo que describen los hechos, lo que diferencia a la infancia de la madurez: la responsabilidad. Despertemos: la clase dirigente es parte de la sociedad.

El hecho es que nuestro país, quien predica descontento frente a su desdicha, no tiene apropiación de su existencia, ni subjetividad, ni responsabilidad. Paradójicamente desde 1983, ya instalada la democracia con aires indiscutibles de estabilidad, parecería que prosperara aún la dictadura de la no reflexión, en donde hacemos caer la culpa de todo lo que nos aqueja en el otro. Y esa es la peor violencia: negar nuestra propia subjetividad afirmando al otro solo para endilgarle culpas que son nuestras; eludir la propia responsabilidad buscando siempre culpables. Conceptos como la “herencia recibida” del que suelen hablar los gobernantes al analizar sus gestiones, los “villeros delincuentes” para encontrar a responsables de la violencia social, los “políticos corruptos” si de digitar a los perversos de la sociedad se trata, o los “organismos financieros internacionales” a la hora de atribuir culpas fuera del país, son una clara muestra de la impersonal y autodestructiva respuesta que los argentinos damos a los avatares que nos presenta cotidianamente nuestro porvenir.

Después de todo, tenemos en mayor o en menor medida la posibilidad de tomar desiciones y si cada cual no se hace cargo de las que toma - no sólo los dirigentes-, estaremos siempre postergando nuestro crecimiento como país, ello sin importar cuan trágico sea el dolor de las experiencias pasadas.