lunes, 27 de octubre de 2008

Cuando todo se ha perdido

Hace unos días empecé la lectura del libro "El hombre en busca de sentido", obra del psiquiatra austríaco Viktor Frankl en la cual narra una crónica sobre la vida en un campo de concentración nazi en el cual estuvo prisionero junto a otros judios durante la Segunda Guerra Mundial. Además de contar los horrores y atrocidades que allí se vivían, Frankl realiza en dicha obra un ensayo sobre la psicología del prisionero del cual extraigo, en el siguiente pasaje, la profundidad de su conclusión.
Mientras marchábamos a trompicones durante kilómetros, resbalando en el hielo y apoyándonos continuamente el uno en el otro, no dijimos palabra, pero ambos lo sabíamos: cada uno pensaba en su mujer. De vez en cuando yo levantaba la vista al cielo y veía diluirse las estrellas al primer albor rosáceo de la mañana que comenzaba a mostrarse tras una oscura franja de nubes. Pero mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer, a quien vislumbraba con extraña precisión. La oía contestarme, la veía sonriéndome con su mirada franca y cordial. Real o no, su mirada era más luminosa que el sol del amanecer. Un pensamiento me petrificó: por primera vez en mi vida comprendí la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamada en la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre. Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humanos intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad —aunque sea sólo momentáneamente— si contempla al ser querido. Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente —con dignidad— ese hombre puede, en fin, realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido. Por primera vez en mi vida podía comprender el significado de las palabras: "Los ángeles se pierden en la contemplación perpetua de la gloria infinita."
Delante de mí tropezó y se desplomó un hombre, cayendo sobre él los que le seguían. El guarda se precipitó hacia ellos y a todos alcanzó con su látigo. Este hecho distrajo mi mente de sus pensamientos unos pocos minutos, pero pronto mi alma encontró de nuevo el camino para regresar a su otro mundo y, olvidándome de la existencia del prisionero, continué la conversación con mi amada: yo le hacía preguntas y ella contestaba; a su vez ella me interrogaba y yo respondía.
"¡Alto!" Habíamos llegado a nuestro lugar de trabajo. Todos nos abalanzamos dentro de la oscura caseta con la esperanza de obtener una herramienta medio decente. Cada prisionero tomaba una pala o un zapapico.
"¿Es que no podéis daros prisa, cerdos?" Al cabo de unos minutos reanudamos el trabajo en la zanja, donde lo dejamos el día anterior. La tierra helada se resquebrajaba bajo la punta del pico, despidiendo chispas. Los hombres permanecían silenciosos, con el cerebro entumecido. Mi mente se aferraba aún a la imagen de mi mujer. Un pensamiento me asaltó: ni siquiera sabía si ella vivía aún. Sólo sabía una cosa, algo que para entonces ya había aprendido bien: que el amor trasciende la persona física del ser amado y encuentra su significado más profundo en su propio espíritu, en su yo íntimo. Que esté o no presente, y aun siquiera que continúe viviendo deja de algún modo de ser importante. No sabía si mi mujer estaba viva, ni tenía medio de averiguarlo (durante todo el tiempo de reclusión no hubo contacto postal alguno con el exterior), pero para entonces ya había dejado de importarme, no necesitaba saberlo, nada podía alterar la fuerza de mi amor, de mis pensamientos o de la imagen de mi amada. Si entonces hubiera sabido que mi mujer estaba muerta, creo que hubiera seguido entregándome —insensible a tal hecho— a la contemplación de su imagen y que mi conversación mental con ella hubiera sido igualmente real y gratificante: "Ponme como sello sobre tu corazón... pues fuerte es el amor como la muerte".(Cantar de los Cantares, 8,6.)
La version completa del libro "El hombre en busca de sentido" está disponible en el siguiente enlace:
http://biblioteca.duoc.cl/bdigital/Libros_electronicos/360/hombre_busca_sentido.pdf





lunes, 20 de octubre de 2008

Y si amanece por fin

No duermen los recuerdos; esta noche vuelven al ruedo y desafiando al tiempo mezquino que todo se lleva para dejarnos cenizas, logran arrebatarle por derecho propio una estadía en mi almohada sin otra alternativa para mí que dejarlos correr. Y ahí cuando aparecen, con miradas conocidas en puertas ya cerradas, duele aceptar la huída de lo que creiamos eterno y que ha decidido seguir viaje. Pero hombre! ¿Tu que creias? Si la vida te despierta no será para traerte el desayuno a la cama! Las flores se han muerto, eso no lo puedes evitar ni pedirle al tiempo que vuelva; tampoco podrás enterrarlas porque alguna vez estuvieron en tu jardín, pero afortunadamente puedes plantar otras! Paradojicamente detrás los infortunios y sinsabores no hay abismo o al menos, después de algunas noches y no unas pocas lágrimas, se extiende un puente hacia un valle; es la oportunidad de gritar "quiero seguir caminando". Es oscuro e incierto el viaje? Seguramente, ni el esfuerzo más sobrehumano que la imaginación pudiese hacer podría presentarnos ante la conciencia lo que está por venir. Gran suerte la nuestra! Ahora si tiene sentido apagar la luz: no es otro que tener el placer de transitar esa calle de oportunidad que es un día. En las horas podrán instalarse los inquilinos más odiados que viven en el cuarto de al lado haciendo ruido y gratuitamente: la tristeza que dejó un adiós y el miedo a que la soledad sea más que una amante de temporada; pero afortunadamente los segundos siempre se apropian, aunque más no sea con cuentagotas, de la esencia que al paladar hace la diferencia: la sorpresa de conocerte y la alegría de que te vayas para poderte volver a encontrar. Y si amanece por fin!